Tengo siglos sin escribir, no porque no tenga nada que decir, sino que simplemente hay cosas que no las puedes transformar en frases. A veces los sentimientos no caben en renglones, así que he preferido pintar mis emociones en las paredes de mi memoria. Cada día al terminar de hacerlo, me detengo a mirar cómo va quedando la obra de mi vida. Nunca imaginé las líneas que conformarían esta obra maestra, nada ha sido prediseñado. A veces me he quedado sin tinta de un color, otras veces en la mezcla me han resultado tonos que difícilmente volveré a igualar. Ni un brochazo es igual a otro.
La nostalgia me invade cuando observo las partes más bellas de mi pintura, esas que pinte con mucha delicadeza o que matice con mucha pasión. Me aseguré de que quedaran tan bien representadas que al mirarlas pudiese reconstruir rápidamente la atmósfera que me rodeaba.
Pero no todo es de brillantes tonalidades. Mi pintura también contiene fracturas. Esas partes que se ven de oscuro matiz. Me dolía plasmarlas pero lo hacía con ímpetu. Sin ellas, mi cuadro no estaría completo.
No sé cuando quedará terminada mi obra de arte, pero sé que nunca podría estar inconclusa. El día que ya no pueda pintar más, será el día en que esté lista para exhibirse. Ése día me vestiré de gala y agradeceré a todo lo que me inspiró a pintarla.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario